Participaron alrededor de 70 personas.
Nuestro párroco impartió una catequesis y una homilía muy clara, reconfortante y alentadora. Toda la Comunidad Parroquial ha de esforzarse en seguirlas.
UNCION DE LOS ENFERMOS
La Unción de los Enfermos se enmarca en la asistencia espiritual desde la visión cristiana de la realidad del mundo actual.
La religiosidad, podemos decir en palabras de Chillida, constituye el único espacio sin límites.
La forma de acercarnos a la espiritualidad incluye transcender más allá de lo inmediato, el hacerse preguntas, el tener un sentido de la vida, la capacidad de ir más allá, el desarrollo y aprecio de los valores, la belleza y el misterio.
Necesitamos un acompañamiento espiritual; esto significa reconocer y ser reconocidos, dar y recibir, cuidar y dejarnos cuidar, descubrir el sentido de nuestra vida, liberarnos de la culpa perdonarnos a nosotros mismos, sentirnos perdonados por los demás, depositar la vida en algo más allá de nosotros mismos y de una forma continuada, tener esperanzas pero que no sean ilusiones, expresar sentimientos y vivencias religiosas.
Por eso estamos aquí, para hacer efectivo un apoyo compasivo, continuado y comprometido, orientado hacia la aceptación y la entrega.
IDEAS TOMADAS DE Anselm Grün en “La unción de los enfermos: consuelo y ternura”. 50 páginas. Ed. S.Pablo. Madrid, 2002.
El sacramento de la Unción de los Enfermos tiene su lugar en el cuidado que la Iglesia tiene por ellos.
Desde el Concilio Vaticano II ha recobrado su lugar; no se entiende como “extrema-unción”, sino como robustecimiento del enfermo en su vulnerabilidad física y anímica, causada por la enfermedad; aparece cuando por ella o la edad la vida empieza a estar en peligro.
La manera cómo trata una Comunidad a los enfermos pone de manifiesto la cultura de su vida comunitaria.
El Sacramento de la Unción de los Enfermos es un desafío para afrontar la enfermedad y la muerte integrándolas desde la fe.
Jesús confía en nosotros, nos anima, nos da poder y podemos atrevernos a expulsar los demonios que nos impiden ser nosotros mismos.
La Unción con aceite es un símbolo y un signo, no es una acción mágica; junto a la oración iniciamos un proceso de confianza y entrega a Dios que tranquiliza el alma y la levanta; en último término también alcanza al cuerpo. Así el enfermo es capaz de enfrentarse de un modo nuevo a su enfermedad.
En este sacramento Jesús nos mira como mira al paralítico en la piscina de Bezatá (Juan 5, 8), Jesús sale a nuestro encuentro como el médico que cura, no necesariamente de forma física, milagros aparte, sino iniciando en la profundidad de nuestro corazón un proceso de transformación y salvación.
El encuentro con Jesucristo nos fortalece para que podamos realizar sin miedos y confiadamente el paso de la salud a la enfermedad, y de la vida a la muerte.
Todos los presentes, enfermos y sanos, vamos ahora a orar por los enfermos. El cuidado de éstos es asunto de toda la Comunidad.
La enfermedad puede ser lugar de encuentro con Dios.
Son dos las tareas que podemos cumplir para que este sacramento pueda integrarse en nuestra vida comunitaria. En primer lugar, la llamada dirigida a todos para que nos curemos unos a otros, y en segundo lugar, la invitación a considerar la enfermedad como una tarea espiritual activa de cuidados.
Cada uno de nosotros es capaz de crear a su alrededor un ambiente de salud. Pero antes se tiene que dejar curar él mismo, tiene que aceptar sus heridas y presentarlas a Dios, para no propagarlas en su entorno.
La enfermedad cuestiona nuestra existencia, nos interroga sobre muchas cosas: ¿qué me quiere decir la enfermedad?, ¿qué debiera cambiar en mi vida actual?, ¿qué significa la vida cuando queda limitada o herida?
La enfermedad nos aísla, nos remite a nosotros mismos, es un ensayo de la muerte, revelará la verdad de nuestra alma; sólo nos queda pedir que detrás de la máscara no aparezca nuestra caricatura.
La ultima pregunta es: ¿Quién es Dios para mi?
Concluyamos, se trata de convertir la enfermedad en un acto de entrega y de amor, transformándola en la oración más intensa posible. Toda nuestra oración ha de desembocar en las palabras con que Jesús entregó su vida a las manos del padre Dios cuando dijo: ”Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46).
D.S.L.