Celebramos

Parroquia San Francisco Javier (Bilbao)

Celebraciones

Eucaristias

– Miércoles y Viernes: 12 h
– Sábados y vísperas: 12 h
– Domingos:

  • 12 h (familia)
  • 13:15 h (comunidad)

Celebración de la palabra

– Lunes: 12 y 19 h
– Martes: 12 h
– Miércoles: 19 h
– Jueves: 12 y 19 h
– Viernes: 19 h

Liturgia de la Diócesis de Bilbao

Consúlta el Evangelio y las Lecturas de cada día.

Sacramentos

Bautismo

Al bautizarnos, pasamos a formar parte del grupo de seguidores de Jesus. Nuestros padres toman esa decision por nosotros y se compromenten a educarnos en la fe cristiana.

Por eso, tienen espacios de reflexión sobre el paso que van a dar.

Para la celebración del Bautismo en nuestra Parroquia, reuniones y requisitos, pónganse en contacto con nosotros.

Confirmación

Los jóvenes de la unidad pastoral y los adultos que no pudieron celebrar el Sacramento de la Confirmación y están decididos a seguir profundizando en su fe, se agrupan también en la Unidad Pastoral  para, con el acompañamiento de otros creyentes, prepararse para recibir este Sacramento.

Si quieres informarte, contacta con la Parroquia.

Matrimonio

Preparación: Cuando una pareja decide comprometerse y acordar su compromiso en la Iglesia, debe realizar un proceso de reflexión acompañada por otro /otros cristianos que le guíen en base a su experiencia cristiana.

En nuestra parroquia, es habitualmente el párroco, quien asume esta tarea acordando con los novios horarios y espacios de reunión.

Además, se ha de realizar el expediente matrimonial: Este se inicia ordinariamente en la parroquia del domicilio de la novia, y está destinado a que la Iglesia configure y registre adecuadamente el sacramento del matrimonio.

Es preceptiva la comunicación al Registro Civil del matrimonio celebrado, dentro de un plazo no superior a los cinco días siguientes a la celebración de la boda.

Por favor, si necesitas algo en relación con el tema, contacta con la Parroquia al menos tres meses antes de la celebración.

Unción de enfermos

La Unción de los Enfermos se enmarca en la asistencia espiritual desde la visión cristiana de la realidad del mundo actual.

Necesitamos de un acompañamiento espiritual; esto significa reconocer y ser reconocido, dar y recibir, cuidar y dejarnos cuidar, descubrir el sentido de nuestra vida, liberarnos de la culpa, perdonarnos a nosotros mismos, sentirnos perdonados por los demás, depositar la vida en algo más allá de nosotros mismos y de una forma continuada, tener esperanzas pero que no sean ilusiones, expresar sentimientos y vivencias religiosas, hacer efectivo un apoyo compasivo, continuado y comprometido, orientado hacia la aceptación y la entrega.

La enfermedad cuestiona nuestra existencia, nos interroga sobre muchas cosas: ¿qué me quiere decir la enfermedad?, ¿qué debiera cambiar en mi vida actual?, ¿qué significa la vida cuando queda limitada o herida?

La Unción con aceite es un símbolo y un signo, no es una acción mágica; junto a la oración iniciamos un proceso de confianza y entrega a Dios que tranquiliza el alma y la levanta; en último término también alcanza al cuerpo. Así el enfermo es capaz de enfrentarse de un modo nuevo a su enfermedad.

El encuentro con Jesucristo nos fortalece para que podamos realizar sin miedos y confiadamente el paso de la salud a la enfermedad, y de la vida a la muerte.

El cuidado de los enfermos es asunto de toda la Comunidad. Y para ello, son dos las tareas que podemos cumplir para que este sacramento pueda integrarse en nuestra vida comunitaria. En primer lugar, la llamada dirigida a todos para que nos curemos unos a otros y, en segundo lugar, la invitación a considerar la enfermedad como una tarea espiritual activa de cuidados.

Reconciliación

Ideas extraidas de la publicación de Anselm Grün, “La penitencia. Celebración de la reconciliación”. Ed. S.Pablo. 64 páginas.

Ningún sacramento se ha evitado tanto, en las últimas décadas, como el de la penitencia. Muchos han abandonado la práctica de este sacramento. El elevado número de confesiones se obtenía, al mismo tiempo, a costa de muchos temores y de no pocas heridas.

En la penitencia, el ser humano trata de restablecer sus relaciones con Dios y los demás. La persona necesita tomar la decisión de volver a comenzar de nuevo. La Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, no emplea el término penitencia, sino que habla más bien de conversión.

Desde el principio en la Iglesia hubo ritos penitenciales. Cada vez que los fieles rezaban el Padrenuestro, decían: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Al principio, estos ritos estaban pensados exclusivamente para pecadores públicos, pero posteriormente se fue incluyendo poco a poco a todos los cristianos.

En Occidente se ponía el acento en el curativo de la penitencia, mientras que en Oriente se consideraba más el aspecto de reparación de las injusticias cometidas.

Tenemos que remontarnos nuevamente a las fuentes para acercar la confesión al hombre de nuestros días como ofrecimiento eficaz y cariñoso. La confesión no es una obligación, incluye la dirección espiritual y se trata de una confesión de reconciliación.

Hay que distinguir entre la culpa real y el sentimiento de culpa. La conciencia de culpa puede convertirse en la más poderosa fuerza moral. No se trata obligatoriamente ni de culparse, ni de exculparse. El modo más adecuado de abordar la propia culpa es el diálogo con otra persona.

No se trata de imponer, como tantas veces se ha hecho, una penitencia de un Padrenuestro o dos Avemarías, sino de invitar a reflexionar durante unos minutos sobre aquello por lo que deberíamos dar gracias a la vida, o acerca de lo que debiéramos cambiar.

Suele dar buen resultado organizar la confesión en torno a estos tres aspectos: mi relación con Dios, mi comportamiento con respecto a mí mismo y mi relación con el prójimo.

Más importante que el análisis del pasado es volverse de manera incondicional al Dios del amor y del perdón. El arrepentimiento tiene un riesgo, que consiste en que podemos quedar anclados en nuestro propio pasado, dando vueltas una y otra vez a nuestros pecados, lo que nos hunde poco a poco.

Reconciliarse con uno mismo supone “humildad” que consiste en tener la valentía de bajar a las propias tinieblas, de descender a las regiones más oscuras que condicionan nuestro “yo” activo.

La reconciliación con el otro no se alcanza simplemente reprimiendo todas las ofensas o sufrimientos que me haya causado; sólo cuando hayas tomado una saludable distancia con respecto del otro podrás liberarte del poder destructivo que emana de él; entonces dejo que sea tal cual es, pero sin permitir que tenga ningún poder sobre mí; perdonar tampoco significa que tenga que echarle los brazos al cuello y comérmelo a besos.  Por medio de la escucha mutua y del diálogo se puede resolver un conflicto y llevar a cabo la reconciliación, pero si el hermano que ha pecado se niega a escuchar entonces dejémoslo estar y mantengamos la expectativa de una posible reconciliación a través de los demás integrantes de la comunidad.

El Dios del que habla Jesús es un Dios que siempre nos permite volver a comenzar. No nos destruye por haber pecado, sino que vuelve a ponernos en pie. Aunque nosotros nos condenemos, Dios no nos condena.

Jesús se dedicó especialmente a los pecadores, pues en ellos descubrió la disponibilidad de la conversión. Sin embargo, Dios no nos deja nunca tranquilos. Dios hace posible que seamos realmente hombres.

No puedo decir que vaya gustoso a confesarme, pero sé que es bueno para mí. La confesión me da fuerzas para volver a empezar y vivir más consciente y atentamente: ¿vivo de manera correcta?

Los jóvenes necesitan de un espacio en el que poder hablar, sin miedo, de sus sentimientos de culpa. Y desean ardientemente librarse de estos sentimientos y experimentar el perdón de los pecados.

La confesión es el lugar en el que podemos experimentar que Dios, con su amor y perdón, nunca nos abandona; que el perdón de Dios cubre todas nuestras culpas; Dios nos acoge de manera incondicional. Jesús nos ha regalado el sacramento de la confesión como lugar de reconciliación.

La penitencia. Celebración de la reconciliación”. Anselm Grün. Ed. S.Pablo.