Qué bien se puede vivir y estar en él.

Estamos en el Tiempo Ordinario hasta que finalice el año litúrgico; este año será hasta el 27 de noviembre. Treinta y cuatro semanas de Tiempo Ordinario, treinta y cuatro oportunidades de vivir normalmente.

Sirvan estas líneas para transcribir una reflexión basada sobre este asunto y realizada por Rafael Pascual, presbítero que nos acompañó cuando fuimos a Tierra Santa en junio de 2019. Le agradecemos su gran ayuda en nuestra formación desde entonces.

Recomiendo que antes y después de su lectura, se lea reposadamente Mc 4, 26- 34.

Daniel Solano.

“Volvemos al llamado Tiempo Ordinario. Se agradece las solemnidades y las grandes fiestas que acabamos de pasar, pero qué bien se vive y qué bien se está en este llamado tiempo ordinario o tiempo normal».

Nos pasamos la vida buscando, preparando, soñando con lo extraordinario y quizás lo mejor de lo extraordinario es que siempre desemboca en lo normal.

Lo que importa es lo normal, lo callado, escondido, lo que no se ve, lo que no aparece y crece inexorablemente en su labor.

El Reino de Dios se parece a la simiente que echada en la tierra nadie la ve, pero tiene la fuerza imparable creciendo sola, sin que nadie llegue a saber exactamente cómo lo hace, llegando a la perfección con la cosecha y recogida final.

Pocos textos hay en el Evangelio tan consoladores y tan breves como el que se recoge en Mc 4, 26- 34.

Como sucede siempre y sin excepción, las parábolas se dan de patadas con la mentalidad de este mundo que vivimos, que nos impregna y pringa con el chapapote incontinente de lo extraordinario. Para este mundo solo existe lo que aparece, incluso acuñando la expresión “lo que no está en los medios de comunicación social no existe”, lo que no se cacarea no existe, repetido hasta la saciedad e insistentemente por personas de todo tipo y condición, incluyendo eclesiásticos.

Y sin embargo, el Reino de Dios aunque no se vea, ni aparezca en los medios de comunicación, existe y está, tiene una fuerza imparable y no deja de llevar a cabo su labor; es una fuerza misteriosa que nadie puede detener ni explicar.

El Reino de Dios inexorablemente va a llegar.

Si en vez de dedicarnos tanto a lo de fuera y a esa sobreinformación de medias verdades, cuando no directamente de basura pura y dura, si en vez de entretenernos en esas cosas, lo dedicásemos sinceramente a interiorizar y vivir esta idea de que el Reino de Dios inexorablemente llegará, otro gallo nos cantaría.

Y todo desde la normalidad, la naturalidad, desde lo escondido de tu tiempo ordinario.

El Reino de Dios es lo más pequeño, lo más normal. La máxima grandeza está en la pequeñez extrema. El Reino es la semilla más pequeña; crece en cualquier ribazo del camino de la vida. Pensemos en las hierbas que rompen el negro alquitrán y crecen verdísimas atravesando el duro asfalto. Bendito Tiempo ordinario o tiempo normal. Las grandes fiestas son las excepciones. La semilla cuaja, crece, grana y llega a su esplendor en la tierra ordinaria para llegar a una fiesta que nunca acaba.”